Dividendo de longevidad: cómo vivir más puede transformar lo que hoy es un coste en una fuente de crecimiento económico y bienestar social
El mundo se está volviendo más viejo. O más bien su población. En 2018, por primera vez los mayores de 64 años superaron a los menores de cinco. Y es de esperar que las cosas sigan así.
Según las proyecciones de Sanidad, en 2035, la esperanza de vida al nacimiento alcanzaría los 83,2 años en los hombres y los 87,7 en las mujeres. Las mujeres que en ese año tengan 65 años tendrán de media 24,4 años por delante. Los hombres, 20,9 años.
A menos que ocurra un desastre, habrá muchas más personas muy mayores aquí y en buena parte del planeta: en 1990, había sólo 95.000 personas mayores de 100 años a nivel global. Hoy, hay más de medio millón y la cifra va en aumento.
En mundo en el que la mayoría de las personas probablemente viva hasta los 90 años se necesita repensar algunas cosas. No solo en términos de salud, también en cuanto a economía y trabajo.
El dividendo de longevidad
El concepto de dividendo de longevidad «se refiere a los beneficios económicos y sociales que pueden obtenerse si las sociedades logran maximizar las contribuciones de las personas mayores«, explican en The Conversation varios investigadores del Departamento de Economía y del Instituto de Investigación Tecnológica (IIT) de la Universidad Pontificia Comillas
No se trata solo de verlos como consumidores, sino también como trabajadores, mentores y voluntarios. El dividendo de longevidad previsto para las personas incluye un período de vida ampliado con buena salud y bienestar que les permite ser miembros productivos de la sociedad en funciones remuneradas y no remuneradas.
Para aclarar el concepto, citan al investigador Andrew Scott, según el cual fomentar un envejecimiento activo y saludable podría transformar lo que hoy vemos como un coste en una fuente de crecimiento económico y bienestar social.
«Es necesario invertir en un dividendo de la longevidad para compensar los desafíos económicos de una sociedad que envejece y adoptar un nuevo curso de vida, pero esto requiere cambios profundos en el comportamiento individual y en las políticas corporativas y gubernamentales», apunta en su investigación.
Para vivir más hay que rediseñar cómo trabajamos
Es decir, que para que este dividendo sea posible, las sociedades y gobiernos deben cambiar la forma de abordar y concebir a las personas mayores y el envejecimiento.
Por ejemplo, muchas voces consideran hoy que la idea de unos 25 años de educación, 35 años de trabajo y luego, digamos, 35 años de jubilación «es imposible, tanto para los individuos como para la sociedad».
Entre las posibilidades que plantean los expertos está rediseñar el clásico ciclo de formación, trabajo y jubilación.
«Tendrá sentido que la gente mezcle los tres. La gente volverá a estudiar, repetidamente. Hará pausas, repetidamente. Cambiará lo que hace, repetidamente. Esta es la manera de hacer que la longevidad sea asequible y, lo que es igual de importante, soportable», estima el columnista Martín Wolf en Financial Times.
Laura Carstensen, directora del Centro de Longevidad de Stanford propone adoptar un modelo en el que los trabajadores aumenten o reduzcan sus horas a lo largo de su carrera, en función de sus responsabilidades fuera del trabajo remunerado. Por ejemplo trabajar menos durante el frenesí de la mediana edad donde crecen las responsabilidades familiares por el cuidado de hijos pequeños y luego aumentar sus horas nuevamente más adelante, sugiere en The Atlantic.
Quién está liderando el reto demográfico
A pesar de que estas cuestiones son cruciales, «faltan datos y herramientas de medición que ayuden a comprender cómo los países están abordando este desafío», apunta el artículo de The Conversation.
En este sentido, los investigadores de la Universidad Pontificia Comillas en colaboración con Ageingnomics (Fundación Mapfre) han desarrollado un nuevo índice para evaluar cómo se adaptan los países a este reto demográfico.
El Senior Economy Tracker (SET), toma en consideración la proporción de personas mayores en una sociedad, la capacidad de las instituciones para apoyar el envejecimiento saludable, la inclusión económica de los mayores en el mercado laboral y la calidad de vida general de esta población.
«Al proporcionar un marco integral y fácil de interpretar, el SET facilita el desarrollo de intervenciones políticas más efectivas, fomenta la toma de decisiones informadas y aumenta la conciencia pública sobre la importancia de adaptarse a los cambios demográficos», aseguran los autores.
Al aplicar el SET a 27 países europeos durante el período 2010-2021, los investigadores hallaron diferencias significativas en las estrategias y niveles de preparación para abordar los efectos socioeconómicos del reto demográfico. Así, los países nórdicos, como Dinamarca y Suecia, están a la vanguardia de la adaptación a la transición demográfica.
Estos países han adoptado un enfoque integrado, combinando políticas efectivas de envejecimiento activo con sistemas de bienestar sólidos que apoyan tanto a los mayores como a las generaciones más jóvenes. Esta preparación avanzada se refleja en altas puntuaciones en todas las dimensiones evaluadas por el SET.
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