Tengo 93 años y estoy jubilada desde hace 20, pero todavía vivo con un compañero de piso
Leila Lieberman, de 93 años, se jubiló hace más de dos décadas con un presupuesto ajustado tras trabajar durante años como consejera. Lieberman vive en Manhattan (Nueva York, EEUU) y dice que seguir sus pasiones le ha permitido vivir una vida plena, aunque eso haya significado jubilarse sin dinero suficiente para vivir cómodamente y tener que convivir con una compañera de piso. La vida a sus 90 años tiene sus ventajas y la jubilación es mucho más que dinero, afirma. Esta entrevista ha sido editada por motivos de extensión y claridad.
Después de jubilarme, supe que no hacía lo suficiente para conseguir dinero, porque no tienes nada que hacer en todo el día e ir a sitios y hacer cosas requieren dinero. Fui voluntaria y trabajé a tiempo parcial. Seguí consiguiendo trabajos a tiempo parcial porque necesitaba el dinero. Ahora tengo suficiente, sorprendentemente, para poder hacer cosas.
Yo diría que, además de conseguir una cuenta IRA (cuenta individual de ahorro para la jubilación), tienes que hacer lo que te gusta. Es muy gratificante, y lo haces durante años y años mientras ahorras algo de dinero. No puedes pasarte toda tu vida laboral odiando lo que haces.
Un trabajo de ensueño que paga menos de lo ideal
Vivía en Chicago, que es donde nací, y era consejera del estado de Illinois. Como consejera, organizaba cursos de formación y trabajaba para el Departamento de Trabajo. Por aquel entonces, tenía un hijo de 16 años de un matrimonio anterior y una hija de 10, y pensé que la educación en Nueva York sería mucho mejor que en Chicago.
Así que me trasladé a Nueva York. Sin embargo, mi hijo se negó a venir con nosotros y se fue a vivir con su padre y su madrastra.
Después de mudarme, trabajé en una clínica de metadona como asesora de los pacientes que llegaban. Estuve allí dos años y medio. Posteriormente, me convertí en asesora de rehabilitación y trabajé para el Estado con personas con discapacidad. Era un trato mucho más personal.
No obstante, era un trabajo mal pagado. Solo ganaba 30.000 dólares al año en los años 70 (cerca de 27.400 euros, al cambio actual), pero iba a recibir una gran pensión del Estado y la Seguridad Social. Pensé que eso estaba bien y que podría vivir con ello.
Me equivoqué, porque los gastos no dejaban de aumentar. Era completamente erróneo pensar que iba a poder salir adelante con eso; aunque, de una forma u otra, lo conseguí. Mi marido, que murió, no quiso trabajar: jugaba a la bolsa; a veces ganaba, a veces perdía.
Volví a trabajar. Después de dejar el Estado, fui a trabajar a un hospital y me convertí en administradora, pero seguía sin ganar mucho dinero.
Un día estaba trabajando en el hospital y no me encontraba bien. Me acompañaron a urgencias y decidieron que debía de ser el corazón. Me hicieron un par de pruebas y me comunicaron que tenían que operarme a corazón abierto en 1995. También me empezaron a doler las piernas y tenía mucho dolor. Me diagnosticaron neuropatía periférica. Sigo teniendo problemas de corazón, y la semana pasada me sometí a una intervención en la que te sacan todo el colesterol de las venas. Sigo viviendo porque mi cardiólogo insiste en ello.
Una jubilación difícil
Tenía dinero en mi cuenta de plan de pensiones para la jubilación, pero no mucho. Tengo una cartera de inversiones y encargo a otra persona que se ocupe de ella. No sé tomar decisiones de inversión. Es completamente ajeno a mí.
No me daba cuenta de cuánto dinero iba a necesitar. Me jubilé en 1994. Recibí una pensión de jubilación del Estado, pero no la pensión completa si hubiera permanecido mucho tiempo en el trabajo, que habría sido el 50% de mi salario en la jubilación. Cuando mi marido vivía, conseguimos una hipoteca inversa.
En la jubilación, tienes todo el día y, si no tienes muchos médicos a los que ir, tienes que buscarte algo que hacer. Eso es lo más crucial en la jubilación, porque tienes que llenar el día con algo, a menos que te guste sentarte a ver la televisión.
Lo primero que hice cuando me jubilé fue tomar clases de acolchado. Todo el dinero que ganaba lo invertía en material de acolchado.
También me ofrecí voluntaria para ayudar a personas con problemas con sus prestaciones de Medicare (programa de seguro médico del Gobierno de Estados Unidos). Trabajé a tiempo parcial para una agencia inmobiliaria dos días a la semana y me jubilé cuando tenía unos 71 años. Fue el último trabajo que tuve. No quería seguir trabajando. Cuando me jubilé del todo, poseía unos 130.000 dólares (unos 118.700 euros).
La jubilación mejora, en cierto modo
No tengo mucho dinero, pero no me siento infeliz por ello. No puedo hacer mucho ahora que tengo 90 años, pero he ido a una gran fiesta en Queens, y el día anterior fui a hacer la compra. Después me canso mucho y, cuando eso ocurre, no hago nada y me quedo aquí sentada.
Estoy muy contenta de tener cosas que hacer, pero no puedo hacer mucho más. Cuando todos tus amigos mueren, tienes que empezar a hacer nuevos amigos, y eso es difícil cuando eres mayor. Tengo algunos amigos y estoy muy feliz. Hemos hecho una fiesta y ha sido encantador. Jugamos al cribbage y la mayoría tienen entre 60 y 70 años. No tengo una gran vida social, y a menudo voy sola a las cosas porque no quiero preguntar a un millón de personas.
Un hombre que conozco alquila una habitación de mi apartamento. Ganaba un buen sueldo, pero también pensaba que su pensión y la Seguridad Social le iban a ayudar más en la vejez. Era director de escena en televisión y tiene 78 años. Charlamos todos los días, pero no pasamos la vida juntos. En cuanto murió mi marido, el casero nos subió la manutención un 15%, y yo no tenía dinero para pagarlo. Cuando falleció en 2010, me quedé sola con todo.
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