Hay historias de vida que nos inspiran, aunque estén empapadas por ríos de tristeza. Ejemplo de ello fue la figura de la autora de Frankenstein o el moderno Prometeo. Su existencia siempre estuvo marcada por un amor apasionado, pero trágico: el de Percy B. Shelley. Una relación teñida por innumerables altibajos debido a los escarceos amorosos del poeta con otras mujeres.
Uno de sus constantes esfuerzos era lograr que la poesía de su esposo fuera reconocida. A menudo, priorizaba mucho más los trabajos de él, por encima de los suyos. Aunque ella jamás dejó de crear, de dar rienda suelta a sus pensamientos y su creatividad. No podemos olvidar que su educación fue exquisita, y que una de las obsesiones de su padre fue formarla siempre en las más diversas materias.
Su madre fue la filósofa y escritora feminista Mary Wollstonecraft (quien falleció al poco de dar a luz) y su padre, el novelista, periodista y filósofo William Godwin. Mary Shelley deslumbró al mundo por su clásica obra gótica, pero fue también un ejemplo de cómo el sufrimiento traza con tinta invisible nuestros destinos. El suyo estuvo marcado por varias tragedias que afrontó gracias a una mentalidad muy especial que vale la pena recordar.
«Solo hay una solución al intrincado enigma de la vida; mejorarnos a nosotros mismos y contribuir a la felicidad de los demás».
-Mary Shelley-
Mary Shelley y por qué la vida siempre merece la pena vivirse
«Frankenstein es el trabajo más maravilloso que se haya escrito en veinte años. Has cultivado tu mente de una manera tan admirable que te has convertido en una gran y exitosa autora. Si tú no puedes ser independiente, ¿quién puede serlo?». Estas palabras fueron pronunciadas por William Goldwin a su hija, consciente de que esa obra formaría parte de la historia de la literatura.
Sin embargo, más allá del propio Frankenstein, hay otro libro de Mary Shelley que bien merece nuestra atención; nos referimos a El último hombre, publicado en 1826. Esta novela distópica y asombrosa no nos deja indiferentes. Está ambientada en el 2092, fecha en la que se celebrará el tricentenario del nacimiento de su amado esposo, Percy B. Shelley.
Versa sobre una terrible pandemia que ha acabado con la humanidad. Solo ha sobrevivido un joven, Lionel Verne. Ese ser solitario e idealista recuerda su pasado, realizando un análisis profético de hacia dónde puede derivar la sociedad. En esas páginas hay pesimismo y esperanza, pero el estilo de su escritura es tan poético y estoico a la vez, que actúa como un bálsamo para la superación.
«Para vivir, según este sentido de la palabra, no solo debemos observar y aprender, también debemos sentir. No basta con ser meros espectadores de la acción, debemos actuar; no debemos describir, sino ser sujetos de descripción».
-Mary Shelley-
En medio de la oscuridad, busquemos un propósito
Cuando Mary Shelley escribió El último hombre, atravesaba el peor momento de su vida. Lidiaba con una depresión a causa de sus abortos, la muerte de varios de sus hijos pequeños a causa de enfermedades infecciosas y estaba, también, el dolor profundo por la pérdida de su esposo.
Percy B. Shelley partió un 8 de julio de 1822 desde la costa de Livorno con dos amigos en un velero. Diez días después, sus cuerpos aparecieron en la costa de Viareggio. Lord Byron incineró a su amigo en esa misma playa. En ese momento, se abrió la etapa más oscura para ella y, aunque se mantuvo activa criando al hijo que le quedaba, escribiendo y compartiendo el tiempo con sus amistades, ya nada fue igual.
¿Por qué vivir? Se preguntaba de manera constante el protagonista de El último hombre. Lo que hace este personaje es volver a sus raíces, a su casa. En un mundo desolado por completo, uno debe retornar a aquello que le dio sentido alguna vez, a un hogar y, desde ahí, reformular propósitos.
En el caso de Mary Shelley, su meta fue hacer de su marido un icono de la poesía a través de la publicación y promoción póstuma de su obra.
«Nada contribuye tanto a tranquilizar la mente como un firme propósito, un punto en el que el alma puede fijar su ojo intelectual».
-Mary Shelley-
Mejoremos como personas y hagamos felices a los demás
Lionel Verney era el alter ego de la propia Mary Shelley en El último hombre. En ese mundo solitario, en ruinas y sin rastro de otro ser humano, el protagonista se dedica a observar la belleza de la naturaleza. No tarda en quedar hechizado por sus arroyos, sus árboles, sus flores, sus frondosos bosques y por esa sutil transformación con el paso de cada estación…
Es ahí, en ese escenario de equilibrio natural, donde descubre cuán resiliente es la tierra. Es en ese lugar donde descubre que a pesar de la desolación que le envuelve, la hermosura siempre emerge de forma admirable. En ese final de la propia humanidad toma conciencia de que también el ser humano tiene esa capacidad: florecer y transformarse en algo bueno, en algo bello.
En instantes oscuros todos tenemos la oportunidad de florecer y de mejorarnos a nosotros mismos. Lejos de quedar atrapados en el rencor por la pérdida, en la ira por lo que se nos ha arrebatado, siempre será mejor dar lo mejor de uno para hacer felices a otros.
La vida siempre será un intrincado enigma, pero si contribuimos al bienestar común, le daremos mayor sentido y trascendencia. Esa es la clave.
Nota final
Mary Shelley falleció a los 53 años de un tumor cerebral. Tuvo una vida plena dedicada a lo que de verdad amaba -más aún que a su propio esposo-, la literatura. Su padre la educó para que tuviera una mente libre e hiciera de la escritura su forma de vida y su mecanismo de libertad; y lo logró.
También Percy B. Shelley la alentó a ello y la animó a que obtuviera su propia reputación en el mundo de las letras. Lo consiguió y triunfó a su vez en su propósito por hacer de su marido un icono de la poesía. No es autora de una sola novela, esa que le dio el éxito. Es una de las figuras más destacadas del romanticismo y alguien a quien admirar por su actitud, carisma e inteligencia.
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